miércoles, 16 de febrero de 2011

El reportaje

Anuar Saad Saad y Jaime de la Hoz Simanca *
El reportaje, concebido por muchos como el género mayor del periodismo, hizo su aparición en Colombia y en varios países latinoamericanos en las dos primeras décadas del siglo XX como consecuencia del cambio de algunas técnicas para recolectar la información que utilizaban los periódicos desde finales del siglo XIX.
La confluencia entre periodismo y literatura fue el gran generador del reportaje: la narración y descripción de hechos con visos de historias dieron vida a una nueva forma de obtener y relatar noticias, como lo afirma Juan José Hoyos en su artículo "Los pioneros del Reportaje en Colombia".
"Esa forma, sin embargo, no recibía aún el nombre de "reportaje", aunque ya en las redacciones existía la palabra repórter, tomada de la tradición del periodismo anglosajón. El nuevo género sólo vino a ser conocido con el nombre de "reportaje" después de varias décadas, mientras tanto, en muchos casos, se usaba la misma palabra para designar a la entrevista –la interview de los periódicos norteamericanos. La confusión se mantuvo hasta la década del 40 cuando las revistas Cromos y Estampa empezaron a diferenciar claramente los relatos que publicaban, y advertían a los lectores, en la entradilla o en el antetítulo del texto, si este era una crónica, una información o un reportaje." (1)
A pesar de ello, la confusión seguía —y sigue hasta hoy— en muchos casos para la diferenciación cierta y clara entre el reportaje y la crónica. Es muy frecuente que trabajos presentados como crónica sean reportaje, y a la inversa. Esta discusión, que parece no tener fin, debe ser reemplazada en nuestro concepto por la de la calidad misma de los trabajos, en vez de ceñirse si pertenece a un género u otro. Una historia bien contada, rica en detalles, narración y descripción, que genere estados de ánimo en el lector, será exitosa. Sin embargo, el tiempo, los especialistas y muchos académicos, se han aventurado a señalar "diferencias claras entre reportaje y crónica", por un lado, y entre "entrevista y reportaje", por otro.
Es aceptado, por ejemplo, que el reportaje requiere de una mayor preparación y documentación para su elaboración y que tiene como eje, casi siempre, un hecho noticioso. Que su publicación no puede ser atemporal: un reportaje no puede quedar "colgado" por tiempo indefinido, porque su tema puede agotarse o, lo que es peor, puede ser publicado por otro medio. La crónica, en cambio, nació de la narrativa sobre "los pequeños temas", que bien podían tener muy poco de noticioso, pero sí entretenían, educaban e informaban a la comunidad. Se asegura que el reportaje "robó" de la crónica su peculiar estilo narrativo y lo adaptó al relato de noticias, previo trabajo de reportería: investigar el suceso en un exhaustivo trabajo de campo en el que se deben recopilar testimonios, citas, fechas, datos, lugares, nombres, cifras, anécdotas, diálogos, descripciones, colores, etc.
Esto indica a todas luces que el rigor del reportaje supera al de la crónica en cuanto a contenido informativo, precisión en los detalles y en la verosimilitud. La crónica, que tiende a ser exageradamente subjetiva, puede parecer a veces cuentos cortos. O columnas de opinión. O artículos. En fin. El reportaje no solo debe ser verdadero "sino que tiene que parecerlo", como afirma en su libro Periodistas literarios el escritor norteamericano Norman Simms. (2)
En cuanto a su similitud con la entrevista, muchos autores y periodistas han salvado la discusión con el argumento de que "la entrevista, por sí sola, no es un género. Es más bien la herramienta del periodista para desarrollar uno". Esto, en el caso del reportaje, es totalmente cierto. Una gran entrevista terminará convertida en reportaje con sólo matizar algunos aspectos de la misma: recreación del ambiente, descripción del personaje, llevar el diálogo, etc. Pero también es cierto, que la interview norteamericana —preguntas y respuestas— aún se mantiene en los trabajos clásicos de periodistas como Orianna Fallaci, que con preguntas magistrales "desnuda" a su interlocutor sin salirse de la entrevista pura.
En la actualidad el reportaje, la crónica y la entrevista son de los géneros más apetecidos por todo público: lectores, televidentes o radioescuchas. Cada uno puede tener su particular estilo de redacción y sus reglas claras para el buen desarrollo, pero no son "reglas de fuerza": los géneros, en su evolución, pueden —y deben— fusionarse para dar a la luz géneros más modernos, de avanzada, a la par con el exigente gusto del lector de hoy. Un buen reportaje debe mantener la rigurosidad en la investigación, pero debe narrar al mejor estilo de crónica y recolectar información y testimonios con base a las buenas entrevistas.
Lo más importante, al final, es la adecuada aplicación de las técnicas de redacción y, como siempre, el apropiado estilo que cada uno le imponga a su escrito en el que debe sobresalir la creatividad, la narración y la descripción con que vamos a relatar cualquier hecho noticioso.
El reportaje constituye el segundo texto de la serie Biblioteca Moderna de Periodismo. Además de algunos elementos teóricos que servirán de guía para una interpretación cabal del género; y aparte algunas instrucciones para su elaboración, hemos ahondado en la puesta en escena de innumerables ejemplos con trabajos antológicos y diversos en su estructura, con el propósito que sean "diseccionados" con bisturí en mano. Ese sería no sólo un ejercicio divertido, sino que servirá para desentrañar, para muchos, el soplo misterioso que esconde la historia contada.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde la aparición del reportaje, sobre lo cual existen variadas afirmaciones. Es más: aún subyacen interrogantes como el que se formula el periodista peruano Juan Gargurevich, autor del libro Géneros periodísticos. El mismo responde, a su manera:
"Hay quienes ubican reportajes a mediados del siglo pasado… y quienes afirman que fueron las revistas las que dieron forma al periodismo interpretativo, para ser después incorporado por el diarismo. Seguramente ambos tienen razón, pues no existen inventos en el periodismo: su forma actual es producto de un desarrollo, decíamos, muy dinámico y de persistente exploración."
Y agrega: "Debe reconocerse el rol de Time en esta apasionante cacería de nuevas formas de expresión periodística y especialmente de sus creadores, Henry Luce y Briton Hadden, que la concibieron en 1922… En Europa, el periodismo interpretativo y de gran ilustración tuvo su gran desarrollo después de la Segunda Guerra Mundial y especialmente cuando apareció la revista francesa París-Match. En América Latina, la primera gran revista de reportajes fue aparentemente O´Cruzeiro Internacional, editada en Brasil y en castellano, y con un esquema de organización muy parecido al de Life en Español, pues ambas basaban su información en publicaciones en su idioma (portugués e inglés, respectivamente) y añadían temas especiales de interés general a la vez que retiraban algunos que parecían tener sólo aceptación local". (3)
Hasta ahí la interesante anotación de Gargurevich. No obstante, a la par que las revistas, los diarios también incursionaban en el género, y, particularmente en Colombia, a mediados de los años cincuenta, el reportaje aparecía ya como un relato consolidado con técnicas modernas, tal como lo hemos señalado.
Este número de la Biblioteca Moderna, dedicado al reportaje, incluye innumerables ejemplos de entrada y de remate, y varios reportajes completos, al final, con el respectivo comentario de los autores. Y el cuidado en la selección tiene que ver con la intención de mostrar trabajos que, en su estructura, están hoy vigentes en las más prestigiosas revistas, y en los diarios de mayor representatividad en América Latina. Así, pues, buen provecho…
El reportaje: retorno a las raíces
El renacimiento del reportaje en estos tiempos modernos de exigencia frente al periodismo escrito nos remite, obligatoriamente, a quien es considerado como el gran cultor de la reportería en Colombia: Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura y creador del Taller de Periodismo Iberoamericano.
El apasionamiento de Gabo ha estado centrado en un aspecto vital del periodismo: el reportaje. El género, según él, habría que considerarlo como literario, con la única diferencia de que aquél trabaja con materiales de la realidad, es decir, con hechos ocurridos que, en la mayoría de los casos, dan lugar a la noticia. De allí su sentencia: "El reportaje no es más que la noticia completa".
El Taller Iberoamericano ha servido, entre otras cosas, para el rescate de un género perdido, desde hace algunos años, en las páginas de los diarios de América Latina. La exigencia de los lectores, el avance tecnológico y la consolidación de la expresión literaria, han permitido que el reportaje haya vuelto por sus pasos hasta ser, en estos momentos, una especie de "salvación" de los grandes medios escritos.
Además del mismo García Márquez, escritores como Tomás Eloy Martínez, Germán Castro Caycedo y Alma Guillermoprieto, se han dedicado a recorrer gran parte del continente exponiendo puntos de vista sobre el reportaje y enfatizando en la necesidad de su expresión cotidiana. Ello explica el novísimo arsenal teórico y las renovadas técnicas en el tratamiento de los hechos noticiosos, tomando como base el reportaje.
Existen innumerables maneras de abordar el reportaje. Y muchos autores han establecido definiciones que constituyen puntos de partida para una aproximación a la manera como en estos tiempos modernos se manifiesta a través de los medios. Pero lo único cierto es que han sido la literatura y el cine los ingredientes que han aportado de manera incuestionable a su fortalecimiento.
Incluso, en torno a los orígenes del género en mención, es claro que la consolidación de la técnica cinematográfica contribuyó, sin duda alguna, a la formación del reportaje, considerado como una expresión periodística que va más allá de los esquemas que caracterizaban los relatos que, hoy, están constituidos en antecedentes o géneros paralelos. Y esa influencia, por así llamarlo, tiene que ver con las llamadas técnicas para la estructuración.
Hitchcok, genial director y maestro del suspenso, refiriéndose al manejo del tiempo cinematográfico, afirma que "el cine es la vida misma sin los momentos aburridos". Según ello, el mejor instrumento narrativo vendría a ser la elipsis, que permite obviar situaciones que no son pertinentes a la narración. Ello explica los saltos temporales y la eliminación de escenas improductivas. Para entenderlo mejor imaginémonos una historia cinematográfica que transcurre en tres décadas con el propósito de ser presentada en dos horas de tiempo real de proyección cinematográfica. Tal el caso de las grandes sagas bíblicas o históricas épicas, etc.
De igual manera, la literatura ha sido otro elemento importante para que el reportaje obtuviera una transformación radical en su estructura. Sobre todo, a partir de la aparición del famoso boom latinoamericano, el cual permitió la "invención" de técnicas narrativas en el texto escrito que habrían de ponerse al servicio del reportaje.
No obstante, el reportaje mantuvo dos raíces sin las cuales no podría existir: la entrevista y la crónica. La primera —como se sabe— constituye la base para la escritura y puesta en escena de los géneros vanguardia del periodismo. En cuanto a la crónica, el elemento narrativo de la misma representa el gran aporte al reportaje; pero, sin los juicios ni valoraciones morales que caracterizan a aquélla.
En cuanto a los orígenes, otros autores coinciden en situar al reportaje en los albores del siglo XX, en Estados Unidos "cuando las pujantes revistas estadounidenses de circulación masiva hacían un periodismo de denuncia social (conocido como muckraker en inglés) en oposición al sensacionalismo de los periódicos de la época. John K. Turner, por ejemplo, publicó en ese tipo de revistas su estupendo reportaje sobre México del porfiriato, ‘México bárbaro’, y John Reed haría lo mismo primero en ‘México insurgente’ y luego en su obra maestra: ‘Diez días que estremecieron al mundo". (4)
En Colombia, de acuerdo con la investigación adelantada por Daniel Samper Pizano, la aparición del reportaje se remonta al decenio del 50. "… la entrada franca del reportaje moderno se produce con una generación de periodistas que reúnen las condiciones para impulsar el género. Son personas a quienes interesa más la reportería que la columna personal, que han crecido bajo la influencia del cine, que han leído a los novelistas norteamericanos, con su tremendo impacto de doble vía sobre el periodismo, y que, sobre todo, conocen el valor de un modelo llamado Ernest Hemingway". (5)
Hoy, parece que asistimos al renacimiento del reportaje. Con nuevos ingredientes, por supuesto. Pero con el mismo sabor que produce una buena prosa enriquecida con información veraz y unos contextos que obedecen más a la capacidad creadora del reportero y a su estilo, que a un esquema preconcebido.
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Notas:

1 Investigación del periodista y escritor Juan José Hoyos sobre los pioneros del reportaje en Colombia y publicada por la revista Folios de la Universidad de Antioquia en diciembre de 1997.
2 En el prólogo del libro "Periodistas Literarios" Norman Simms explica en detalle porqué el periodista no debe perder jamás la veracidad, a pesar de los recursos literarios.
3 El texto de Juan Gargurevich, editorial Pablo de la Torriente, La Habana, Cuba, dedica un amplio espacio al género del reportaje y es producto de varios seminarios dictados por el autor en su natal Lima y en La Habana.
4 La afirmación es de José Luis Benavides y Carlos Quintero. Aparece en el texto "Escribir en prensa. Redacción Informativa e Interpretativa", de editorial Alhambra, México, primera edición, 1997.
5 Daniel Samper Pizano adelantó una rigurosa investigación sobre la reportería en Colombia que le facilitó escribir el aleccionador prólogo que aparece en "Antología de Grandes Reportajes", Intermedio Editores, 1990.

* Anuar Saad Saad es comunicador social - periodista, especialista en Comunicación para el Desarrollo, en Barranquilla, Colombia. Director del Centro de Publicaciones de la Universidad Autónoma del Caribe y catedrático de Redacción Periodística de la Facultad de Comunicación Social.
* Jaime de la Hoz Simanca es economista, periodista y escritor. Catedrático de la Universidad Autónoma del Caribe y de la Universidad del Norte.
* Ambos son colaboradores de Sala de Prensa. Este trabajo conjunto es la introducción del libro El reportaje, uno de los seis libros que integran la obra "Biblioteca Moderna de Periodismo", que estará al alcance de periodistas, académicos y estudiantes a partir de la primera semana de febrero, cuando en Colombia conmemoran el "Día del Periodista".

El sensacionalismo

Algunos elementos para su comprensión y análisis
Erick R. Torrico Villanueva *
Aunque el sensacionalismo, como estilo de presentar los hechos, es casi tan antiguo como la misma imprenta de tipos móviles,1 lo cierto es que los estudios sobre el particular son hasta ahora bastante escasos en el plano internacional y mucho más en el caso de Bolivia.
No se tiene, por ejemplo, una suficiente claridad conceptual respecto de la naturaleza y características del periodismo sensacionalista ni se ha trabajado sistemáticamente en la descripción, análisis o comprensión de experiencias de ese tipo que se dan sobre todo en la prensa y en la televisión de la mayoría de los países. Casi no están examinados con precisión, en consecuencia, sus orígenes, sus aspectos formales y de contenido, sus presuntos efectos, las razones de su casi siempre exitosa (y polémica) aplicación, su ángulo comercial, la composición de sus públicos u otros factores afines.
En Latinoamérica, los trabajos académicos que abordan esta temática son más bien raros todavía, inclusive en naciones con una importante producción intelectual especializada como Brasil o México, donde no son hallables más que unas pocas investigaciones (véase Benetti y Cervantes, por ejemplo). En lo que concierne a Bolivia sólo se tiene identificada una tesis de licenciatura en Comunicación que se ocupa desde un punto de vista ético de un asunto próximo: la cobertura y el tratamiento noticiosos que recibió un período de "ola de suicidios" por la prensa de La Paz y Sucre.2
De todas maneras, esta última ausencia puede explicarse en parte por el hecho de que el sensacionalismo, pese a haber posibilitado algunas manifestaciones concretas en el país –como los de las revistas "Alarma", Sucesos" y "Casos del Metropolicial", los desaparecidos diarios "Meridiano" y "La Quinta" o los programas de radio y televisión "El Metropolicial" y "El Telepolicial", respectivamente- nunca, hasta 1999, terminó de prosperar y merecer una aceptación mayoritaria. Por ello, ahora, la situación parece haber cambiado y sin duda este asunto dará lugar –como ya lo ha estado haciendo- a múltiples reflexiones y, ojalá, a estudios sistemáticos también.
Unos pocos antecedentes
No obstante de que las manifestaciones de carácter sensacionalista presentes en los impresos de divulgación pública pueden ser remontadas aun al siglo XVI con las gacetas alemanas y francesas que incluían notas sobre crímenes, dramas familiares y chismes de la realeza, fue sólo en la segunda mitad del XIX que se las asumió en esa condición, es decir, como expresiones de una manera particular y deliberada de hacer periodismo. Esto ocurrió principalmente en Francia, Inglaterra, Alemania y en los Estados Unidos de Norteamérica.
En el caso estadounidense, que es el que mejor ilustra el desarrollo de esta forma periodística, la competencia por mantener y luego incrementar los niveles de venta de la prensa diaria llevó a que se apelara a la fórmula del escándalo, inclusive producto de la simple invención, para alcanzar tales propósitos.
Melvin De Fleur señala al respecto que "En tal contexto competitivo, los propietarios de los periódicos rivales más importantes se entregaron a una lucha despiadada por la conquista de nuevos lectores. En Nueva York, especialmente, William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer recurrieron a cualquier medio para lograr el aumento de sus cifras de circulación. De éstas dependían, como es lógico, los ingresos por publicidad y los beneficios. Ambos ensayaron diversos recursos, ardides, estilos, experimentos y formas de presentación para conseguir que sus periódicos resultaran más atractivos para sus lectores" (1976:40).
Es ya clásico el ejemplo, en ese contexto, de la distorsión con la que Hearst, que controlaba los diarios Examiner y Morning Journal, precipitó en 1898 la declaratoria de guerra a España por parte del gobierno estadounidense. En ese momento, Cuba había iniciado su guerra independentista contra España, y fue entonces –mas sin ninguna relación con el conflicto- que el acorazado "Maine" de la flota de Washington, debido a desperfectos, se hundió en la bahía de La Habana. Hearst envió al lugar a su dibujante Frederick Remington, quien una vez allí constató que no había nada extraño que reportar y que el hundimiento no era atribuible al enfrentamiento. El magnate de la prensa, sin embargo, le ordenó: "Usted mande sus dibujos, yo pondré la guerra". De este hecho, además, se derivaría a mediano plazo una prolongada intervención integral de los Estados Unidos de Norteamérica en la isla caribeña.
Ese tipo de práctica desinformadora se institucionalizó y no sólo fue empleada por las empresas periodísticas para asegurar sus intereses comerciales sino igualmente por los Estados, en especial en circunstancias de crisis políticas. Así, la agencia noticiosa internacional Associated Press inventó en 1944 un ataque nazi contra una flota mercante brasileña en el Océano Atlántico que impulsó al gobierno de Brasil a hacerse parte de las naciones aliadas contra Alemania y, poco después, tras la victoria de la revolución cubana en 1959, difundió en más de cuarenta oportunidades versiones falsas sobre una supuesta muerte del líder de ese movimiento, Fidel Castro.
Fue también en la década de 1950 cuando surgieron en Italia los paparazzi, fotógrafos inclementes –presentes hoy casi en todas partes- que se ocupan de obtener tomas comprometedoras de la privacidad de personajes públicos para venderlas a publicaciones sensacionalistas. Casi siempre lo hacen a escondidas, empleando teleobjetivos y en el marco de verdaderas operaciones de espionaje y persecución como la que en julio de 1996 le costó la vida a la princesa Diana de Inglaterra.
Actualmente, entonces, el modo sensacionalista es tanto algo que nutre publicaciones o programas especializados en lo que escandaliza en todas las regiones del mundo como un componente de la prensa y los noticiarios considerados "serios", que hacen sensacionalismo sin decirlo o, mejor, sin querer reconocerlo.
Pero, ¿qué es el sensacionalismo?
En la jerga técnica del periodismo se usa indistintamente los calificativos de sensacionalista o amarillista para los medios informativos que buscan alimentar a sus audiencias con contenidos que muestran, erigiéndolos en "noticias", comportamientos o sucesos anticonvencionales.3 Ello, como es obvio, despierta la curiosidad y aumenta las ventas (de ejemplares y/o espacios publicitarios) y los ingresos de los productores de tales materias informativas.
De todas formas, el adjetivo "amarillo", que es más ambiguo en su sentido, tiene dos explicaciones acerca de su origen y otras dos respecto de su alcance, a saber: 1) que en determinado momento el papel en que era impresa la prensa sensacionalista era de tono amarillento o cuando menos que sus titulares principales eran impresos en color amarillo, y 2) que una historieta incluida en uno de los primeros periódicos estadounidenses de esta clase se centraba en un personaje que era el "Yellow Kid", el "muchacho amarillo"; en torno a lo segundo se sostiene a) que es una denominación que no se corresponde directa y específicamente a la prensa sensacionalista sino a cualquier producto periodístico cuya posición política sea indefinida y oportunista, y b) que su desempeño implica necesariamente, como rasgo definitorio, la "invención de lo real" que se informa, lo que estaría reñido en esencia con la ética de la profesión periodística.4
Sin intentar dirimir estas cuestiones, lo que acá interesa es trazar un perfil conceptual y descriptivo del sensacionalismo como cultivador de la desvergüenza, el desenfreno o el drama humano que asombran.
José Martínez de Sousa dice que sensacionalismo es la "Tendencia de cierto tipo de periodismo a publicar noticias sensacionales" y explica que ella puede traducirse en una versión "de fondo", en que las materias presentadas "exploran las bajas pasiones y los intereses menos nobles del público", y otra "formal", que se funda en un manejo llamativo de los elementos exteriores deuna publicación (1981:473).
A su vez, el Departamento de Comunicación Social del Consejo Episcopal Latinoamericano señala que el sensacionalismo es un "Periodismo poco objetivo, que exagera con titulares, fotografías o textos las noticias de escándalos, sucesos sangrientos o morbosos y noticias de interés humano" (1988:168).
Y Pedroso señala lo siguiente: "El periodismo sensacionalista es una actividad de identificación y exacerbación del carácter singular de los acontecimientos a través del énfasis, incremento o sustracción de elementos lingüísticos, visuales (sonoros) e ideológicos, por medio de la repetición de temáticas que contienen conceptos y valores que se refieren a la violencia, la muerte y la desigualdad social" (1994:146).
En otras palabras, se puede afirmar que sensacionalismo es la modalidad periodística (y discursiva por tanto) que busca generar sensaciones –no raciocinios- con la información noticiosa, tomando en consideración que una sensación es una impresión que se produce en el ánimo de las personas al impactar sus sentidos y sistema nervioso con algún estímulo externo. Los fines de tal modalidad son económico-comerciales o económico-políticos.
El periodismo sensacionalista se expresa fundamentalmente en periódicos de formato tabloide hechos con un diseño muy atractivo que combina los titulares plenos (cubriendo la mayor parte de la primera página), las fotografías e ilustraciones sugerentes y el despliegue contrastante de colores, pero además con la presentación de relatos sobre personas, conductas o sucesos que suponen transgresiones de la ley (crímenes, robos, asaltos, etc.), de la moral aceptada (violaciones, corrupción, etc.) o de la normalidad esperada (accidentes, tragedias, etc.). Lo que varía en los espacios de radio o televisión sensacionalistas –y lógicamente por razones de la naturaleza de los medios empleados- es que los elementos gráficos estáticos son sustituidos por sus equivalentes sonoros o audiovisuales que incluyen todas las posibilidades y efectos que brindan los "lenguajes" de los medios electrónicos, así como están apoyados por la inmediatez o simultaneidad de las transmisiones, la narración desde el lugar de los hechos o los testimonios en la voz e imagen de los protagonistas.
La fórmula del éxito: violencia + sexo
Lo que está en la base del periodismo sensacionalista es la finalidad común del lucro; ella es la que determina todo su accionar y, por ello, resulta poco fructífero pretender agotar el examen del fenómeno desde una perspectiva moralizante. Además, si el sensacionalismo vende es precisamente porque muestra las contravenciones a la moral social, aparte de que él mismo se ofrece como una contravención al tiempo de ser visto como una posibilidad de obrar o pensar en oposición a lo socialmente establecido. Ahí radica su "encanto".
El "gancho" que utiliza no puede ser otro, en consecuencia, que tratar narrativamente aquello que mueva la curiosidad y las pasiones de sus destinatarios. ¿Y qué más podría ser esto sino la violencia, el sexo y la privacidad de los otros, sean esos otros famosos o no?
"El discurso sobre la violencia coincide así, pues, con el discurso sobre el sexo. Los dos se juntan en la prensa sensacionalista en torno a las tres ‘S’ (sexo, sangre, sensacionalismo), siendo la muerte el colmo de lo inefable, la tentación suprema de lo indecible" (Imbert, 1995:56).
En lo concreto, el "menú" sensacionalista comprende notas de crónica roja y develaciones de la intimidad ajena, adosadas con una profusión de fotografías o dibujos que exponen a los personajes o las escenas sangrientas o comprometidas de los hechos y con una pródiga exhibición de cuerpos femeninos semidesnudos (y a veces igualmente masculinos) en poses provocativas. A ello suelen sumarse notas del mundo de la farándula y el deporte aparte de pasatiempos.
El estilo sensacionalista
Un factor determinante del sensacionalismo está dado por su estilo narrativo, que implica tanto la selección de los hechos que después noticiabiliza como la construcción de los mensajes que ofrece a sus lectores, oyentes o telespectadores.
A diferencia del periodismo tradicional, que trabaja con temas generales, emplea un lenguaje sobrio y frío y trata de ceñirse a la descripción de los hechos o a la transcripción de los dichos, el sensacionalista se alimenta de asuntos próximos a la colectividad, extraídos de su cotidianidad y por tanto de mayor realismo; su lenguaje es coloquial y sencillo, a veces apela al "coba" (código del hampa), a formas expresivas de grupos poblacionales (como las bandas juveniles) o a ciertos tecnicismos policíacos. Trabaja así mismo con la ironía, el humor negro, los adjetivos prejuiciosos y con una presentación de los hechos y dichos que busca convertir al destinatario en un testigo imaginario, esto es, de transmitirle la vivencia de cómo se habría sentido si hubiese estado allí, viendo y/u oyendo lo narrado.
Por eso Imbert afirma que el sensacionalismo puede ser entendido como "visibilización excesiva de la realidad y dramatización del relato, es decir, exacerbación a la vez descriptiva y narrativa" (1995:54).
A su vez, Pedroso dice que "El tratamiento limitado al carácter singular de la realidad desemboca en un espacio discursivo que presenta acontecimientos aislados y abre oportunidades a la reificación de narrativas míticas y místicas acerca del destino del pueblo y del individuo" (1994:141).
Esa reconstrucción detallista, espectacular, novelesca y hasta de tinte cinematográfico hace que los contenidos de las notas sensacionalistas –de las "historias" independientes que cada una de éstas supone- envuelvan en su atmósfera a los lectores, radiooyentes o telespectadores, satisfagan las curiosidades de éstos y adquieran una actualidad duradera, que se explica porque a diferencia de los materiales del periodismo formal no pierden interés el mismo día de su publicación.
La valoración noticiosa en el sensacionalismo
Como ya fue dicho, el estilo sensacionalista conlleva un proceso (y un procedimiento) de selección de lo que se considera publicable. Esto significa que los periodistas, editores o jefes y el director de un diario o de un noticiario –de igual manera que en el periodismo "serio"- evalúan los hechos para establecer, en función de matrices de valoración que manejan las empresas informativas y hacen parte de la ideología profesional de los informadores, su potencial noticioso, su noticiabilidad.5
Aparte de los típicos parámetros de novedad, actualidad, cercanía, importancia general o sectorial, oportunidad, utilidad, conflicto o notoriedad, en el periodismo sensacionalista se explotan las categorías "interés humano" (léase dramatismo y dolor que promueven la identificación, la conmiseración) e "impacto" (aquello que provoca reacciones emocionales, lo más fuertes posible).
De la combinación de esos factores, que son aplicados a casos de asesinato, suicidio, asalto, violación, vandalismo, agresión, pelea, robo, uso de armas de fuego u otras, accidentes de cualquier tipo, muertes naturales de personas solitarias, hallazgo de cadáveres, secuestros, intentos frustrados de robo o asesinato, abusos de autoridad o romances escondidos o "ilegales", entre otros, el sensacionalismo logra el principal resultado esperado: la captación de grandes audiencias.
Los presuntos efectos
Si algo preocupa allí donde opera el sensacionalismo es la cuestión nunca resuelta del todo de sus presuntos efectos en el incremento de las tasas de violencia y criminalidad, en la incitación al sexo descontrolado o, en contraste, en su función educativa y ejemplarizadora (cuando muestra las consecuencias de las conductas no admitidas socialmente).
Esta problemática remite de modo necesario a las visiones teóricas que existen en torno a la influencia de los medios masivos en general, las que pueden ser sintetizadas en siete fundamentales: la de la "aguja hipodérmica", la de la influencia social, la difusionista, la de usos y gratificaciones, la del análisis del cultivo, la del establecimiento de agenda y la de las mediaciones.6
La larga discusión no siempre fundada en pruebas experimentales que cruzó gran parte del siglo que ya concluye se distinguió por una creciente relativización del supuesto poder omnímodo de los mass-media. Así, de la creencia inicial en que los medios "inyectaban" su influencia directamente a las mentes de los receptores se ha pasado, por un matizado proceso de reconocimiento de la complejidad de la exposición de los individuos o grupos a los medios y sus contenidos. De esa forma se fue transitando hasta el momento actual en que se piensa incluso en la dilución de los supuestos efectos de los mensajes masivos dado que éstos últimos no sólo que deben atravesar el dinámico tamiz de lo sociocultural sino que son normalmente resignificados por los receptores a la luz de sus circunstancias contextuales, sus experiencias y necesidades.
Planteado así el problema, y en la medida en que la evidencia empírica reunida es sumamente insuficiente, lo que aparece cada vez más pertinente es la consideración de que es indispensable examinar y comprender una verdadera trama de condiciones de diverso orden (sociales, psicológicas, culturales o tecnológicas, p. ej.) para recién emprender un estudio riguroso y fiable de los posibles efectos de la información masiva, y más aún de aquella caracterizada como sensacionalista.
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Fuentes consultadas:
BENETTI, Marcia (1994): "O discurso sedutor –a linguagem do jornal Notícias Populares", en Comunicaçao & Sociedade. Instituto Metodista de Ensino Superior. Sao Paulo. Núm. 22, pp. 85-102
BENITO, Ángel (Dir., 1991): Diccionario de Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Edic. Paulinas. Madrid.
CERVANTES, Cecilia (1995): "Valores noticiosos en el periodismo televisivo de nota roja. Búsqueda articulada de indicadores empíricos", en Comunicación y Sociedad. Departamento de Estudios de la Comunicación Social. Universidad de Guadalajara. Guadalajara. Núms. 25-26, pp. 89-137
DE FLEUR, Melvin (1976): Teorías de la comunicación masiva. Paidós Edit. Buenos Aires.
EQUIPO DE REDACCIÓN PAL (1983): Diccionario de Psicología. Edic. Mensajero. Barcelona.
KRAUS, Sidney y DAVIS, Dennis (1991): Comunicación masiva. Sus efectos en el comportamiento político. Edit. Trillas, S.A. México.
IMBERT, Gérard (1995): "La prensa frente al desorden: representación de la violencia y violencia de la representación en los medios de comunicación", en Visiones de Mundo. La sociedad de la comunicación. Universidad de Lima. Lima. Pp. 53-68
LOZANO, José Carlos (1996): Teoría e investigación de la comunicación de masas. Alhambra Mexicana. México.
MARTÍNEZ DE SOUSA, José (1981): Diccionario General del Periodismo. Paraninfo, S.A. Madrid.
ORELLANA, Laura (1997): "Necrofilia visual: análisis de contenido y receptores de La Opinión de la Tarde", en Anuario de investigación de la comunicación. Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación. Guadalajara. Pp. 127-150
PEDROSO, Rosa Nívea (1994): "Elementos para una teoría del periodismo sensacionalista", en Comunicación y Sociedad. Universidad de Guadalajara. Guadalajara. Núm. 21. Agosto. pp. 139-157.

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Notas:

1 Fue aproximadamente a mediados del siglo XV que apareció este medio, base del periódico, y se sabe que ya en 1582 fue publicado en Francia un folleto en que se daba cuenta de la ejecución en Alemania de un tal Cristeman, quien estaba acusado de haber asesinado a 964 personas. Ese, sin duda, fue un informe precursor del sensacionalismo (Cfr. Benetti, 1994:94).
2defendido en la Universidad Católica Boliviana-La Paz en 1998. Se trata del trabajo de Willy Padilla Monterde
3 Pedroso (1994) prefiere emplear el adjetivo "populachero" para referirse a este tipo de periodismo.
4 En estos criterios normativos, de manera general, se incluyen el respeto a la verdad noticiosa, la obtención de informes por medios lícitos, la comprobación y contrastación de los datos, la preservación en secreto de las fuentes y de las confidencias, la no manipulación propagandística o publicitaria de la información, el respeto a la autoría ajena, la corrección de errores, la apertura a la réplica, la no discriminación de ningún informante y la honestidad intelectual del informador.
5 Cervantes define este concepto como "la medida de la probabilidad que acontecimientos o informaciones tienen de convertirse en noticia" (1995:95).
6 Respecto de estos enfoques se puede consultar De Fleur (1976), Kraus y Davis (1991) y Lozano (1996).

* Erick R. Torrico Villanueva dirige la maestría en Comunicación y Desarrollo de la Unversidad Andina Simón Bolívar en La Paz, y presidente de la Asociación Boliviana de Investigadores de la Comunicación. Es colaborador de Sala de Prensa.

La formación de la opinión pública: encuestas y medios de comunicación

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El arte de difundir rumores

Angel Alayón *
Gabriela de Vásquez se resistía a creer lo que la voz en el teléfono le decía con tanta claridad: su esposo le era infiel desde hacía cinco meses con Julia, una atractiva compañera de trabajo. Eso explicaba los viajes y el trabajo hasta bien entrada la noche. Martín, según la voz, llevaba una doble vida. Gabriela no quería creer, pero se anidó en su pensamiento una pequeña duda que fue creciendo hasta lograr que la convivencia cotidiana con Martín fuera áspera, incómoda. Ella, al tiempo, decidió confrontarlo. Él lo negó todo. Ella dijo que sabía que negaría todo. Y la confianza se fue erosionando. Era cuestión de tiempo para que conflictos mayores hicieran su aparición. Dos años después de la llamada, la pareja introducía los papeles para el divorcio. Gabriela nunca estuvo segura de la infidelidad de Martín. Martín nunca entendió lo que sucedió pues, en verdad, nunca le fue infiel a su esposa.
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Recibe nuestras noticias diarias sobre periodismo y comunicación. ¡Únete a SdP en Facebook!La redes sociales (Twitter, Facebook) son medios fértiles para la divulgación de rumores. Allí hemos sido testigo de muertos que resucitan en horas, bancos que quiebran pero que en realidad están solventes, secuestrados que se enteran de su presunta situación cuando están tomando un tranquilo baño de playa con la familia y la lista podría continuar con temas de mayor sensibilidad política. Son rumores. Falsos. Pueden ser poderosos. Pueden destruir matrimonios, acabar con la carrera de un político o de un artista, quebrar instituciones financieras y ocasionar conmoción social. Y algo tan poderoso vale la pena tratar de entenderlo.
Cass Sunstein se ha especializado en estudiar el fenómeno de los rumores, esas especulaciones que se transmiten con rapidez y que son creídas por ciertas personas a pesar de que su contenido es falso y no existe evidencia concreta y directa que permita comprobar la veracidad de la información. En el libro Rumores (Debate), Sunstein trata de responder por qué hay personas que divulgan informaciones falsas y otras que las creen. La respuesta y sus implicaciones son de interés para el debate sobre la democracia y la libertad de expresión.
La probabilidad de que una persona crea un rumor depende de lo que pensaba sobre el tema antes de escuchar el rumor. Si usted cree que dentro de un partido político hay políticos corruptos y escucha el rumor de que un miembro de ese partido ha incurrido en actos de corrupción, es muy probable que usted crea en ese rumor. El rumor, aunque falso, será creíble en la medida de que las convicciones previas predisponen a la gente a creer. Como dice Sunstein: “Si usted es propenso a detestar a una figura pública, o de hecho, disfruta pensando las peores cosas de ella, tendrá motivos para pensar que los rumores perjudiciales sobre dicha figura son verdad incluso si rayan en lo increíble.” No procesamos la información de manera neutral. Nuestras creencias y prejuicios filtran y sesgan la información que recibimos.
Las convicciones previas no son el único motivo por el que podemos llegar a creer un rumor falso. Si un rumor es creído por un número suficiente de personas, otras empezarán a creer el rumor a menos que haya buenas razones para creer que el rumor es falso, plantea Sunstein. En materia de rumores, las creencias y el número de personas que le den credibilidad al rumor importa para su potencial de expansión. Experimentos demuestran que si una persona encuentra que la mayoría de un grupo al que pertenece sostiene que una determinada información es cierta, bien sea por conformismo o por presión social, la persona tenderá a alinearse con la opinión del grupo.
Las redes sociales —y en general internet— han facilitado la polarización de grupos. En palabras de Sunstein: “Cuando los miembros de un grupo tienen una suposición previa y oyen un rumor, las deliberaciones internas reforzarán la noción de que su creencia está en lo cierto.” Pero no sólo de que su creencia está en lo cierto: cuando estas comunicaciones se establecen entre personas que sostienen la misma creencia, los miembros del grupo terminarán con posiciones y opiniones muchos más extremas a las que sostenían originalmente. Los rumores pueden funcionar como pastores que conducen a los fieles a posiciones extremas, alejando a los miembros de la sociedad de posiciones más fáciles de conciliar en un sistema democrático.
Contrario a lo que algunos pueden pensar, refutar un rumor falso puede ser contraproducente bajo determinadas circunstancias. La refutación puede, al contrario de lo que se pretende, reafirmar la credibilidad del rumor entre los creyentes y lograr que muchas más personas conozcan del tema, amplificando el efecto original. Por lo que el dicho “No aclares, que oscureces” puede haber encontrado asidero empírico en los trabajos que sirven de referencia a Sunstein.
Las ideas de Sunstein implican que debemos tener la guardia alta en relación con la información que recibimos. Y, en este caso, la mejor defensa es comprender cómo la sicología —creencias, emociones y prejuicios— y las creencias de nuestros grupos de referencia influyen en lo que estamos dispuestos a creer.
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La llamada a Gabriela tuvo una mala intención: desestabilizar la vida familiar de los Vázquez. Y, en ese caso, el falso rumor lo logró. Fue un caso que conocí de cerca. He cambiado los nombres para proteger la identidad de los protagonistas… y evitar rumores.

* Angel Alayón es economista venezolano, director de la revista digital Prodavinci, donde publicó este texto que nos autorizó reproducir como su primera colaboración para Sala de Prensa.